Titulo: El deseo bajo los olmos
Autor: Eugenne O’Neill
Adaptación: Raúl Serrano
Género / duración: Drama – 75 minutos
Personajes: Cuatro personajes, un padre, sus dos hijos, y una mujer de mediana edad.
Síntesis
«El Deseo bajo los olmos» es un soplo huracanado de pasión que cruza el escenario. Es el drama de la posesión, la posesión de la tierra y de la mujer, en que un poderoso sentimiento panteísta parece envolverlo y oprimirlo todo. Abbie, uno de los tipos femeninos mejor logrados del poeta, es la mujer artera y apasionada, capaz de lograrlo todo en defensa de su instinto.
La acción transcurre en un lugar no localizado, inconcreto, en una casa aislada del mundo donde viven unos personajes apartados de la sociedad y de ellos mismos. Viven en una casa de piedra que parece más bien un panteón o un dolmen construido para su propia muerte; una casa levantada sobre cenizas y transitada por un aire irrespirable que sólo mueve las ramas de unos olmos milenarios, olmos que parecieran más vivos que sus propios dueños.
La trama de Deseo bajo los olmos recrea con intensa poesía incidentes trágicos de los antiguos mitos griegos. Como en Fedra, el hijo, Eben, comete incesto con la madrastra. Como en Medea, la esposa, Abbie, mata a su hijo para vengarse del marido o como en Edipo, el hijo, Eben, busca desesperadamente su identidad.
Obra universal
Estos violentos sucesos hacen de la obra un trasunto universal sobre la condición humana a la vez que una denuncia demoledora sobre la encarnación del derecho de la propiedad, convirtiéndola en el vocero de una sociedad materialista que destruye el alma de los hombres.
O’Neil, en esta pieza también parece alertarnos de los desastres morales del furioso materialismo que nos invade, y como un profeta, O’Neil no era otra cosa que un poeta visionario, nos enseña que el rumor de las ramas de los olmos acabará algún día con esta pesadilla.
Ficha tecnica
Autor Eugene O’Neill
Adaptación Raúl Serrano
Con Oscar Ferreiro, Federico Amador, Alejandra Rubio y Nelson Rueda
Escenografía Maria Ibañez
Vestuario Mercedes Colombo
Luces: Matias Noval
Prensa Jeankarla Falon Plaza
Diseño Gráfico Sebastián Mogordoy
Asistencia de Producción Natalia Avila
Asistencia de dirección y diseño sonoro Ezequiel Molina
Producción Pablo Silva
Dirección Raúl Serrano
El autor: Eugene O’Neill
(EEUU, 1888-1953) Dramaturgo estadounidense galardonado con el Premio Nobel y ganador en cuatro ocasiones del Premio Pulitzer.
Intentó definir en su obra los problemas fundamentales del ser humano y está considerado como el principal autor de teatro estadounidense. O’Neill nació en Nueva York, el 16 de octubre de 1888. Su padre era el actor de origen irlandés James O’Neill. Durante su juventud, Eugene acompañó a su padre en sus giras teatrales, asistió a la Universidad de Princeton por espacio de un año (1906-1907), y posteriormente trabajó como vendedor en una tienda de Nueva York. Entre 1909 y 1912 viajó a Honduras en busca de oro, fue gerente de una compañía de teatro fundada por su padre, navegó por Sudamérica, recalando en Argentina donde vivió cerca de un año.
Trabajó como actor en la compañía de su padre y fue reportero en New London (Connecticut). Ingresó en un sanatorio para reponerse de una tuberculosis leve en 1912, y allí escribió sus primeras obras de teatro. Después de abandonar el sanatorio, en 1914-1915, estudió las técnicas de escritura teatral en la Universidad de Harvard con el famoso profesor de teatro George Pierce Baker. La mayor parte de los diez años siguientes los pasó en Nueva York y Provincetown (Massachussetts), pues era el autor y gerente de la compañía Provincetown Players. Este grupo de teatro experimental llevó a escena algunas de las obras en un acto escritas por O’Neill, empezando por Rumbo al Este hacia Cardiff (1916), y varias obras largas, entre las que destaca El mono peludo (1922). Más allá del horizonte (1920; premio Pulitzer en 1921), es una tragedia nacional en tres actos que resultó un gran éxito en Broadway, al igual que El emperador Jones (1920), un estudio sobre el derrumbamiento psíquico de un dictador negro bajo la influencia del miedo. Su obra en nueve actos Extraño interludio (1927; Premio Pulitzer en 1928), se propone reflejar el modo en que los procesos psicológicos internos se imponen a cualquier acción externa. Se trata de una obra revolucionaria, tanto por su extensión como por su estilo, en la que el autor emplea técnicas narrativas desconocidas en el teatro moderno, con largos soliloquios que reflejan los pensamientos de los personajes. Su obra más ambiciosa, la trilogía El luto le sienta bien a Electra (1931), es un intento de recrear la fuerza y la profundidad de las antiguas tragedias griegas, ambientando la trama y los temas de La Orestíada de Esquilo en la Nueva Inglaterra del siglo XIX. Tierras vírgenes (1932), escrita en un estilo relativamente ligero, resultó un gran éxito teatral. Otras obras dignas de mención son Luna de los caribes (1918), Anna Christie (1921; premio Pulitzer en 1922), Todos los hijos de Dios tienen alas (1924), Deseo bajo los olmos (1924), El gran dios Brown (1926), Lázaro reía (1926), Marco Millions (1928), Dinamo (1929) y Días sin fin (1934).
A partir de 1934 y hasta el momento de su muerte, O’Neill se vio afectado por un trastorno nervioso similar a la enfermedad de Parkinson. Durante esta época trabajó intermitentemente en un largo ciclo de obras sobre la historia de una familia estadounidense, pero sólo llego a completar Un toque de poeta (producida en 1958) y Más mansiones majestuosas (producida en 1967). A partir de 1939 escribió otras tres obras sin relación con el ciclo anterior: Llega el hombre de hielo (1946), donde retrata a un grupo de inadaptados sociales incapaces de vivir sin ilusiones, y dos tragedias basadas en su propia familia, Largo viaje de un día hacia la noche (producida en 1956, premio Pulitzer en 1957) y Una luna para el bastardo (producida en 1957). En 1936 O’Neill fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose así en el único dramaturgo estadounidense merecedor de tal honor. O’Neill murió en Boston, el 27 de noviembre de 1953.
Muchas de sus obras se caracterizan por el uso de nuevas técnicas teatrales, así como de recursos simbólicos que permiten al autor transmitir sus ideas religiosas y filosóficas y confieren profundidad psicológica a sus personajes. O’Neill utilizaba el sonido del tam-tam para indicar el crecimiento de la tensión, empleaba máscaras con el fin de representar diversos matices de la personalidad, recurría a largos monólogos en los que los personajes recitan en voz alta sus pensamientos e introducía coros, al estilo de las antiguas tragedias griegas, para comentar la acción de la obra. Sus obras más conocidas transmiten claramente su visión del ser humano moderno, víctima de las circunstancias e incapaz de creer en Dios, el destino o el libre albedrío, lo que le lleva a buscar razones externas para explicar su infelicidad y a castigarse por su propio pecado y su propia culpa. Pese a la gravedad y brillantez de muchas de sus obras, gran parte de su simbolismo es oscuro y sus innovaciones escénicas a menudo no logran los efectos deseados. Además, el lenguaje de sus personajes ha sido objeto de críticas por el paso de lo sublime a lo ridículo en momentos de máxima tensión. Sin embargo, al introducir el realismo psicológico, la profundidad filosófica y el simbolismo poético en el teatro estadounidense, la obra de O’Neill colocó muy alto el listón para la mayoría de los dramaturgos posteriores.
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